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Un adelanto sobre "El horror de una parodia" de Savas Mijaíl
17 | 11 | 2014
El tren y la carreta
Según un desatino de Walter Benjamin, «el Tercer Reich es un tren que no sale excepto cuando todos los pasajeros se han subido a bordo»1. Por todos es sabido cuál era el último destino del tren y cuál fue el sino de los pasajeros.
El lóbrego tren de Hitler representa también en nuestros días la carreta de la organización nazi Amanecer Dorado, con sus «guardaespaldas» vestidos de negro, con el pelo rapado al cero y saludando al estilo fascista. El espectáculo, aunque grotesco, no tiene ninguna gracia, puesto que la carreta está cargada desde 2012 de cientos de miles de votos y espera a todos los pasajeros —para enviarles al mismo destino—.
En lugar de un tren híper-moderno, una carreta anacrónica destrozada. Cualquiera diría que la tragedia se repite como farsa, según la cita clásica de Marx2 —si esta cita no hubiese decaído hasta convertirse en un estereotipo que oculta su profundidad verdadera y la polisemia que le otorgan su valor de apotegma presocrático—.
Antes que nada, la repetición de una tragedia histórica como farsa no tiene nada de reconfortante. La farsa no anula la tragedia, una parodia no invalida el horror. Ni siquiera es indispensable que una suceda linealmente a la otra. Pueden coexistir y que una muestre la verdad y el futuro a la otra. Charlie Chaplin, Charlot, parodiando a Hitler en El dictador, se distinguió como el cómico más grande justo porque logró, como escribió Benjamin en 1934, «encarnar los peores miedos de sus contemporáneos»3.
Además, la repetición de la Historia no es el mítico Eterno Retorno de lo Mismo. En el pensamiento dialéctico de Marx (y de Kierkegaard), el retorno fenoménico de lo antiguo es la repetición de lo Mismo como lo Otro y también como lo Contrario, como en el caso de la tragedia que se convierte en farsa.
Precisamente en esta conversión en lo contrario, Marx ubica la ruptura, el lugar de la encrucijada histórica que se consuma después de 1848, un cambio de época: de la de Napoleón el Grande a la de Napoleón el Pequeño, de la época del impetuoso ascenso de la clase trabajadora después de la Revolución Francesa de 1789 a su agotamiento histórico y al inicio de la devaluación en la época de la decadencia capitalista. Marx no se limita a comparaciones externas entre el primer Bonaparte y el régimen golpista de su sobrino Bonaparte. No busca similitudes y diferencias entre los dos períodos históricos, sino que rastrea la contradicción en movimiento, el desplazamiento hacia lo contrario, el movimiento no lineal, global, de la Historia, que la hacen las personas mismas pero en condiciones que no eligen, bajo requisitos donde «la tradición de todas las generaciones muertas recae como una pesadilla sobre las mentes de los vivos»4.
1 Citado de Manifeste Incertain, de Frédéric Pajak, Les Editions Noir sur Blanc, Lausanne, 2012, p. 140.
2 Karl Marx, El 18 de Brumario de Luis Bonaparte, Marx-Engels, Collected Works, vol. 11, Progress, Moscú, 1978, p. 103.
3 Walter Benjamin, «La virilidad restringida de Hitler», Selected Writings, volume 2: 1927-1934, Belknap/Harvard University Press, 1999, pp. 792-793.
4 Karl Marx, op. cit., p. 103.
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